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Crítica

CLIMAS, MÁS QUE REFERENCIAS 

Coruñeses maduros aún recuerdan la estampa cotidiana, medio siglo atrás, de Félix Verdejo, pincel en mano, ante su caballete de trípode, absorto, más que atento, al paisaje que captaba en cualquier playa, en este o aquel altozano de la geografía herculina, enamorado de su quehacer vocacional, aprehendiendo climas, más que referencias.

Vinculado por amor a Galicia, gallego fue, de corazón y hasta su muerte, en 1972, aunque vitoriano era de nacimiento. Vivió, amó y sufrió en nuestro país, con el horizonte atlántico en su mirada aguda, de observador atento de la realidad entorno, para transformarla, elaborarla; idealizarla, en fin, en sus pinturas casi siempre de mediano o pequeño formato, sin énfasis descriptivos. No más, deliberadamente, que de ambientes, de luces evasivas, de nubes viajeras, de arenales, veredas, corredoiras que eso que llaman progreso han hecho desaparecer. Testimonio de un pasado entonces presente, con modos impresionistas que nunca se despegaron de la realidad seleccionada.

Iba allí donde el mar batía con bravura, deshaciendo su ímpetu en espumas blanquecinas o azulencas, transidas por un sol tibio que las doraba. Estilizaba las siluetas ya esbeltas de los eucaliptos, de los pinos, o conseguía que sus caminos elementales olieran a naturaleza, a vegetación humilde, tan rica cromáticamente.

Debió gustar de la pintura de artistas entonces famosos, como Lloréis o Seijo Rubio, a los que sin duda admiró. Fue amigo de José Francisco, en su misma línea de sensibilidad. Sabía, inteligente y culto, que no importa lo que se pinta, sino cómo se pinta. Es más, despreciaba los motivos solemnes, los espectáculos digamos escenográficos, para acercarse a lo sencillo e inmediato, a aquello que exige amor, análisis, interpretación.

En su postrer etapa abandonó casi por completo los pinceles para trabajar con la espátula, en pro de efectismos cromáticos e insinuaciones de formas captadas con la urgencia de quien siente despaciosamente, reflexionando, y desea lograr con prontitud.

Amó sin duda la obra de grandes impresionistas, que probablemente no conoció sino en reproducciones. No obstante, el lirismo que configuraba su sensibilidad le llevó de los modos de Pisarro a los de Marquet. Porque fue desnudando su pintura, más y más, de referencias, para dejarla en lo absolutamente imprescindible. Desaparecieron los carmines exultantes, los azules intensos, los verdes brillantes, para sumergirse en los grises, en los ocres, hasta pintar el aire húmedo, casi táctil, de los otoños finisterrales, para captar los cuales hay que ser tan poeta como pintor.

Pinceladas breves, nerviosas. Toques de espátula como calculadas agresiones al lienzo soporte. Como deseaba Monet, más que paisajes, impresiones. Estados del alma, en fin, que ese es el verdadero paisaje.

Quizá puedan localizarse los ámbitos de muchos de sus cuadros. Mas siempre nos sorprenderá que, al fin, nada es exactamente como Félix Verdejo lo pintó. Porque, como todo artista verdadero, modificaba, reinventaba la realidad, desplazando una mas arbórea, modificando la curvatura de una cala, ensanchando la brevedad de una playa perdida.

Casi siempre prefirió los lugares periféricos deLa Coruña, aunque también se enfrentó con la peculiaridad de su marina, de los cantones con arquitecturas como enormes espejos que dialogan, en morse lumínico, con las embarcaciones del puerto.

Reunir la obra de Félix Verdejo es recuperar a un artista notable que las nuevas generaciones desconocen, ofreciéndoles la fiesta de su obra, hermosa y cabal en su deliberada sencillez. Por eso, quienes amamos la pintura agradecemos esta acción de sus familiares y de la fundación Novacaixagalicia, siempre atenta a cuanto redunde en beneficio de la cultura del país.

Romántico, intimista, aunque gozador del pleno aire, de la luz derrochada de los estíos o tenue y como huidiza de los otoños, VERDEJO trabajó, incansablemente, resarciéndose en su obra de los sinsabores que hubo de soportar en aquellos años difíciles de la post guerra civil que tantas vidas truncaron.

No es sólo un pintor, sino una sensibilidad que se entregaba, toda, en cada uno de sus cuadros, testimonios múltiples del amor que sentía por lo que sus ojos percibían y su talento recreaba.

Albricias por recuperar a un paisajista notable, celado tantos años, y que con esta muestra viene a engrosar la espléndida nómina de la pintura gallega de los dos cuartos centrales de la pasada centuria.

Francisco Pablos (A.E.C.A.)                                      De la Real Academiade Bellas Artes

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